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@estrellasinmichelin

Esos locos bajitos


En las últimas semanas ha vuelto a ponerse en el candelero el eterno debate de “niños sí - niños no”. Quizás es algo que siempre ha estado ahí, pasando de puntillas, ya que es una disyuntiva que ni a hosteleros ni a padres interesa sacar a relucir o a debatir. Probablemente porque no tiene una fácil solución.

De un tiempo a esta parte no paran de salir artículos, cada cual más surrealista e increíble, en el que se defiende o se critica la postura de los restaurantes que prohíben la entrada de niños o de aquellos que tienen menús infantiles de escasa calidad. Restaurantes donde al parecer se permite el “terrorismo infantil” y donde el parque de juegos debe ser lo más parecido a un campo de batalla. Por lo que se ve, el poder disfrutar de una comida digna, gastronómicamente hablando, debe estar reñido con la presencia de niños en el comedor. ¿De verdad son cosas incompatibles?

Don Carlos Maribona, a través de un twitt, se quejaba amargamente de los lloros de un bebé durante una comida en Aponiente (2 Estrellas Michelin).

Del citado mensaje se podrían sacar varias conclusiones. La primera sería la distinción que el crítico hace indirectamente entre los restaurantes estrellados y a los que Michelin, por una u otra razón, les ha dado la espalda (Vips, Foster’s Hollywood y Tony Roma’s incluidos). Parece ser que algunos restaurantes ponen una placa en la puerta tipo “Aquí todo vale” y los niños en un Vips o en un Burger King pueden dar toda la guerra del mundo, dejando su educación en la puerta. Y yo sin enterarme…

La segunda conclusión es que si eres padre y tienes un bebé parece que tienes un problema y debes quedarte en casa porque tienes vetada la entrada a ciertos restaurantes. Me gustaría decir que para salir a comer con un bebé somos los padres los primeros que tenemos que hacer grandes esfuerzos. Cada salida a comer fuera de casa está llena de limitaciones y alguna que otra complicación, pero generalmente la recompensa es buena: pasar un buen momento alrededor de una mesa en compañía de tu familia.

En mi casa siempre se suele contar la misma historia. Hace unos cuantos años, cuando el que suscribe era un bebé, bastante cabroncete por cierto, mis padres se encontraban cenando en un hotel de renombre sito al norte de España. Mi padre siempre recuerda dicha cena porque se la pasó entera empujándome en el carrito ya que yo no dejaba de llorar. Siempre cuenta lo mal que lo pasó, la gente no dejaba de mirar a nuestra mesa, volviéndose la escena incontrolable. En un momento determinado, se acercó a la mesa el maître del restaurante y, elegantemente, les ofreció a mis padres continuar con su cena en la habitación del hotel, donde les subirían toda la comida previamente escogida y donde podrían estar mucho más a gusto y el bebé, es decir yo, podría llorar tranquilamente y dejar de dar la tabarra al resto de comensales.

Más de 30 años han pasado. Aquella vez se levantaron y se fueron a terminar la cena en la habitación, otras veces simplemente salieron fuera del restaurante hasta que me conseguían calmar. Probablemente pensaron que trabajaban muchas horas para darse algún capricho y tener un hijo no podía suponer un problema, sino todo lo contrario. Muchas veces disfrutaron, en otras casi lo consiguieron y en algunas seguramente pincharon en hueso.

Curiosa esta vida que mientras escribo estas líneas me doy cuenta que ahora me encuentro en la misma posición que mis padres en su día, con las mismas dudas, las mismas obligaciones y las mismas preguntas sin respuestas.

Uno de mis artistas favoritos, que al mismo tiempo es un gran amigo, me ha enseñado muchas cosas, tantas que necesitaría cinco artículos para poder agradecerle todo.

Mi amigo es cantautor, aunque a él le hubiese gustado ser rockero. En sus conciertos y entrevistas siempre cuenta la misma historia. Él es quién es porque sus padres, cuando él aún no podía ni entender las letras de las canciones, le ponían música de Juan Luis Guerra, Antonio Flores, Antonio Vega, Pablo Milanés, etc. Porque sus padres, cuando era pequeño, le enseñaron la importancia de un do menor, de la belleza de la poesía hecha letra, de darle la misma importancia a la asignatura de música que la de historia. Bueno, él lo cuenta mucho mejor que yo, y lo hace así…

Tengo 26 (Andrés Suárez)

Les cuento todo esto porque siempre he pensado que, para saber dónde vamos es fundamental saber de dónde venimos.

Salgo bastante a comer, casi siempre me acompaña mi mujer y mi hija. “Mala suerte” la mía que cuando puedo hacer esto es en fin de semana y las dos se empeñan en acompañarme y estar conmigo.

Desde la mayor de las modestias, aquí les doy algunos consejos a los restaurantes/clientes para que la difícil convivencia entre "restaurantes-niños-padres" se haga más sostenible. De todos modos, si quieren aprender, en Lakasa les hacen un MBA en 5 minutos sobre la materia. Querer es poder:

1) Siempre, repito, siempre, aviso de que voy con carrito. Se trata de organizarse un poco y poner un mínimo de interés para que ir con carrito no suponga un problema. Si no se avisa es fácil que te den una mesa donde se pueda cortar el paso y se moleste tanto al personal del restaurante como a los comensales de las mesas colindantes. No pido la mejor mesa del restaurante, pero tampoco la más incómoda. Con que tenga sitio para poner el carro o una trona me vale. Si les molesta la presencia de un carrito o no son capaces de adaptar su sala a los niños, es mejor que no acepten la reserva y todos tan felices.

2) Un cambiador para bebés. Sí, vale 300 euros. Si su negocio no se lo puede permitir les sugiero que hagan un crowfunding entre sus clientes. Uno va a un restaurante a muchas cosas, pero sobre todo, a estar a gusto. Y el aparatito este cambia la vida. Otra cosa sería la falta de espacio, pero en la mayoría de casos cabe perfectamente.

3) Si su hijo se pone a llorar desconsoladamente pongan remedio de inmediato. Salirse de la sala hasta que el bebé se calme no es una opción, es una obligación. La responsabilidad es suya como padre/madre, no permita llegar a molestar a la mesa de al lado.

4) Si su hijo ya no es un bebé y en lugar de llorar lo que hace es correr los 50 metros lisos por el restaurante, tengan en cuenta que las mesas y los demás comensales no son obstáculos de la gincana de sus hijos. Correr se corre en otro lugar, en la mesa se debe tener respeto al comensal que tenemos al lado. Nuestra libertad termina donde comienza la suya.

Odio las palabras “limitar” y “prohibir”. Limitar el acceso a un restaurante hasta que el niño tenga X años me parece una discriminación absurda por completo. Cada uno en su casa hace lo que quiere, pero yo soy libre de no gastarme el dinero en esos establecimientos.

Una duda… ¿quién fue el lumbreras que decidió que con X años puedes ir a su restaurante y que con X-1 no puedes ir…? Conozco niños de 11 años que son verdaderos terroristas y otros con 6 que son unos auténticos caballeros y que se comportan mejor que muchos adultos.

Si no salgo a comer con mi hija hasta que cumpla 8 años, ¿cómo quieren que le enseñe a comportarse en un restaurante? ¿cómo va a aprender ella a estar sentada en una mesa? Me resulta complicado.

El verano pasado, comiendo en Martín Berasategui, mi mujer y yo estábamos muy apurados por si la niña molestaba. Además, cualquier ruido en ese silencioso comedor parecía un estallido. Por ello, pedimos que por favor nos pusiesen la mesa en la terraza ya que se encontraba vacía porque no hacía el mejor de los días precisamente. Ahí, en la terraza, pudimos disfrutar tranquilamente de la comida y de la compañía de nuestra hija.

Martín estuvo un buen rato conversando con nosotros. Además de los platos y de nuestras impresiones, la mayor parte del tiempo lo destinamos a comentar la idoneidad de los niños en los restaurantes. Martín, tipo campechano como pocos, defiende que todos hemos sido niños. Nos comentaba que, aunque el día que nosotros fuimos sólo estaba nuestra hija, el día anterior todas las mesas tenían niños. Hay que perder el miedo a tanta tontería.

Entiendo que para una cena el viernes por la noche, ir con un bebé/niño puede estar fuera de lugar, por el ambiente y el tipo de público que acude a un restaurante, así como por el horario. Ahora bien, no creo que el ir con un niño de 5 años a comer un sábado a mediodía pueda llegar a suponer un problema. También debe ser el cliente consciente y saber a dónde y cuándo debe ir con su hijo pequeño. Con el sentido común, que es el menos común de los sentidos, se va a todos los sitios.

Hace mucho tiempo leí a un cocinero que los hijos de unos clientes habituales pidieron para comer unos “pajaritos” en lugar de la hamburguesa que tenía en el menú infantil. Yo soy de los que opino que a los niños hay que educarlos desde el primer día.

Igual que entiendo fundamental llevarles a los restaurantes desde bien pequeñitos para que se vayan acostumbrando y se les pueda ir educando sobre el arte de la buena mesa, hay que darles de probar todo. Mi hija se come a cucharadas el puré de Zuberoa, la berza y las castañas de los pucheros de Lera, la tarta de queso de La Buena Vida, etc, etc, etc. No es que mi hija sea especial, es que nos hemos esforzado y nos seguimos esforzando para que pruebe y conozca cuantos más alimentos, sabores y olores, mucho mejor.

Cuanto antes se acostumbre a todo tipo de comida, mejor. Cuanto antes se acostumbre a estar en lugares públicos, a comportarse y a saber estar, mejor todavía.

Y, que no se nos olvide lo más importante, que todos hemos sido niños y, probablemente, usted en su día dio bastante el coñazo.

PD: Ni soy ni me creo el mejor padre del mundo, tampoco oposito a ello. Sólo trato de disfrutar de la buena mesa con mi familia. Sin ánimo de sentar cátedra sobre este asunto, tenía la necesidad de escribir algo al respecto.

Esos locos bajitos (Serrat & Sabina)

Fotos: Estrella SIN Michelín

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