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@estrellasinmichelin

De aperturas y cierres


La vida va deprisa. Es un hecho. Se abren negocios y se cierran con una pasmosa facilidad. Cada semana nos despertamos con una nueva apertura y, al mismo tiempo, con dos nuevos cierres. Decía Maribona, no sin cierta sorna, que aún comiendo y cenando todos los días fuera de casa no tendría tiempo para conocer todos los nuevos restaurantes.

Hace unas semanas se anunciaba el cierre de Alma, restaurante que recibió algún que otro premio de renombre y que siempre tuvo críticas positivas en el “sector”. La verdad, nunca estuve en Alma y, sin embargo, siempre estuvo en esa lista de restaurantes pendientes que guardo en las notas del teléfono. Lo mismo me sucedió en su día con Villaparamesa y con tantos otros.

Por ello, he decidido actualizar mi listado de restaurantes pendientes de conocer, añadiendo algunos pendientes más y eliminando alguno que me sobraba. Y, lo más importante de todo, me voy a poner manos a la obra, no vaya a ser que vayan cerrando y me quede con las ganas.

Años 80 (Los Piratas)

Por suerte o por desgracia soy de esa generación a la que le pilló demasiado joven restaurantes como Jockey o Príncipe de Viana y sus cierres me llegaron demasiado pronto. Quizás por ese motivo tenía tantas ganas de conocer en su día Zalacaín o Horcher, vivir ese pedacito de historia que todavía guardan entre sus paredes, deleitarme con ese clasicismo del que tanto disfruto y tanto me emociona, observar esas salas acompasadas, esos trabajos impecables delante del comensal.

Amor eterno a esas casas, aunque vaya menos de lo que debiera.

Horcher

En Madrid hemos tenido, tenemos y tendremos aperturas de todo tipo durante este 2016. Algunas serán más sonadas o mejor contadas por sus agencias de comunicación. Así, podemos hablar de Bibo de Dani García, A'Barra y su más que contada inversión, Amazónico, Luz de Luna de Abraham García, nuevos locales del Grupo La Máquina, La Primera del Grupo Cañadío, la llegada a Madrid de Manuel de la Osa, etc.

Sólo el tiempo dirá si tienen o no cabida en la capital y si realmente existe público para tanta oferta y, sobre todo, de un ticket medio de 70/80 Euros. Parece que la crisis se acaba y que volvemos a las andadas… Ahora bien, no debemos olvidar que la voracidad de Madrid para destrozar negocios e ilusiones no tiene límites.

Conocer restaurantes nuevos a todos nos gusta, no lo vamos a negar. Encontrar un nuevo restaurante donde cocina, sala y precio merezcan la pena es como encontrar un oasis en el desierto, una nueva muesca en nuestro cinturón. Nos hace felices. Yo, sin embargo, reconozco que soy más de ir sobre seguro. Arriesgo poco, quizá porque cada salida suponga cada vez más esfuerzo, tanto económico como familiar, y cada vez llevo peor fallar y tener una comida mediocre por 150 Euros.

Puede que me equivoque, pero tengo la sensación de que a veces nos centramos demasiado en ser los primeros en ir a los nuevos establecimientos, de conocer todas las aperturas semanales, y se nos olvida volver a esos lugares que siempre nos han dado de comer tan bien y nos han tratado con tanto cariño.

Lo mismo sucede con aquellos restaurantes que erróneamente asociamos en exclusiva a determinados productos estacionales, como por ejemplo la caza; restaurantes que “fuera de temporada” suelen ser injustamente tratados por su clientela. En estos casos en concreto, hasta la llegada del otoño no pisamos estos restaurantes para deleitarnos con sus platos de caza y es entonces cuando hacemos incluso colas para ir a comer cercetas y becadas.

El año tiene 12 meses, aunque en Madrid el mes de agosto lo podemos descontar de la ecuación. Es una utopía pensar que un restaurante puede sobrevivir trabajando cuatro o cinco meses al año. El cliente es infiel por naturaleza, pero deberíamos comenzar a premiar a esas casas donde nos tratan como al mejor de sus clientes y donde se realiza un esfuerzo más que encomiable por dar de comer los mejores productos y con las mejores elaboraciones durante todo el año. Y el mejor premio para ellos es ir, repetir, volver y recomendar. No hay más.

En estos últimos meses, por poner dos ejemplos, he comido excepcionalmente bien en Treze y en La Buena Vida. Y no, no había caza ni tan siquiera pichones. Hay cocina, hay producto y hay ejecuciones perfectas. Hay honestidad, hay amabilidad y hay un precio acorde a lo que uno recibe a cambio.

Treze

La Buena Vida

Para finalizar les diré que jamás me olvidaré de volver a El Borbollón a comer una de las mejores tortillas de patatas que se hacen en Madrid, los mejores torreznos y el mejor foie que conozco, así como un excelente solomillo chateaubriand. Elementos más que suficientes en cualquier restaurante para lograr llenos diarios, algo que inexplicablemente no sucede en esta casa. Puede que el no tener ni Twitter ni Instagram, ni página web ni agencia de comunicación pase factura. Al final echaremos de menos estas casas de siempre.

El Borbollón

Y recuerden, al final, tanto los restaurantes como los clientes acabaremos en el mismo lugar…, en la calle del olvido.

La calle del olvido (Los Secretos)

Fotos: Estrella SIN Michelín

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